Poble-sec y Margarit 30: patrimonio vivo en el corazón de Barcelona

El ultimo regalo de Emili

Llegar a Barcelona siendo joven, con ganas de empezar una nueva vida y con la fortuna de cruzarse con alguien como Emili Teixidor (1932–2012), lo cambia todo. El visitante distraído puede recorrer la ciudad sin verla. Pero escuchar a Teixidor es entrar de golpe en la historia catalana. A partir de entonces, la gente, los barrios e incluso las calles se perciben de otra manera.

La elección de Carrer Margarit 30 no fue casual. Para nuestro proyecto se convirtió en la raíz y en la fuente de sentido a la que seguimos acudiendo. Hoy está catalogado como Bien Cultural de Interés Local por la Generalitat, pero para nosotros —que lo hemos querido devolver a la vida como parte del barrio— es mucho más que un edificio protegido. Es un organismo vivo, impregnado de voces, risas, pasiones y secretos de generaciones pasadas. Recuerdos que fuimos recogiendo igual que recogíamos las palabras de Emili en aquellas charlas tranquilas alrededor de un té.

Se trata de una pequeña joya del Modernismo, obra del arquitecto Antonio Facerias hacia 1905. Un inmueble entre medianeras, con planta baja, cinco pisos, buhardillas y terraza. La fachada sorprende todavía hoy: tres relieves de animales —un dragón, un mono con sombrero y un águila— enmarcados por esgrafiados vegetales y un falso almohadillado que da solemnidad al conjunto.

Los pisos superiores se abren a balcones con barandillas de hierro forjado, apoyados en poderosas ménsulas. Pilastras con capiteles decorados con figuras animales, relieves florales y motivos en verde y amarillo que condensan el espíritu del modernismo barcelonés. En la última planta, semicolumnas apoyadas en ménsulas vegetales completan un lenguaje ornamental muy propio de la época.

Desde hace tiempo se susurra en el barrio que el edificio nunca estuvo destinado a ser un hogar familiar convencional. Entre los últimos vecinos de larga residencia circularon relatos —sorprendentemente coincidentes entre sí— según los cuales Margarit 30 habría alojado a mujeres mantenidas bajo la protección de una conocida familia de médicos barceloneses. Según estas versiones, las jóvenes vivían aquí con comodidad y discreción, destinadas a entretener a los herederos de la dinastía. Explicaban que tales arreglos no eran inusuales en aquellos años y formaban parte de un tejido social oculto pero ampliamente reconocido en el Poble-sec.

Una vecina que nació en el edificio en los años cincuenta recordaba en voz baja:

«De niñas no entendíamos por qué la abuela repetía que aquellas paredes habían visto más amores secretos que oraciones… Decía que las habitaciones estaban pensadas para el silencio elegante, no para cenas de familia… Lo contaba bajando la voz, pero con los ojos le brillaba la complicidad».

Otra vecina evocaba la edad dorada del Paral·lel:

«En el rellano se oían idiomas distintos, risas, fragmentos de canciones ensayadas una y otra vez. Una vecina, una entreneuse elegante, recibía músicos cada noche. Después de actuar en El Molino o en el Apolo venían aquí a celebrar. Mi madre decía que aquellas habitaciones tenían más vida que el propio escenario».

Ambas pidieron expresamente el anonimato. Temían que descendientes de la familia original aún vivieran en el barrio y no querían problemas.

Aquella edad de oro del Paral·lel, la gran avenida que atraviesa el Poble-sec, es hoy casi desconocida para los de fuera. Durante décadas estuvo repleta de teatros, cabarés y cafés-concierto; se la llamó el “pequeño Broadway europeo” a comienzos del siglo XX. En 2013, el CCCB dedicó a aquel universo una exposición espléndida, con carteles, decorados y documentos únicos. Gran parte de esa atmósfera de belle époque se ha desvanecido, aunque aún sobreviven algunos teatros históricos.

Mientras tanto, la planta baja del edificio vivía otra realidad. Allí funcionó durante años una carpintería artesanal. El olor de la madera recién cortada se mezclaba con la presencia de caballos, mulas e incluso una vaca lechera. Una vida práctica y trabajadora, en contraste con el glamour y los secretos de los pisos superiores.

Walking along Carrer Margarit today, echoes of the past reappear in subtle ways. Recent plaster removal revealed faded signage of a former corner inn, one of the many places once famed for champagne, imported wines, and liqueurs; like the walls themselves deciding to speak again.
Hoy, paseando por Carrer Margarit, la memoria vuelve en pequeños detalles. Hace poco, al retirar un enlucido moderno, reaparecieron los rótulos desvaídos de una antigua fonda de esquina, especializada en champán, vinos y licores de importación. 

Hoy, paseando por Carrer Margarit, la memoria vuelve en pequeños detalles. Hace poco, al retirar un enlucido moderno, reaparecieron los rótulos desvaídos de una antigua fonda de esquina, especializada en champán, vinos y licores de importación. Como si las paredes hubieran decidido hablar otra vez.

En 1963, también Pier Paolo Pasolini pasó por aquí. El escritor y cineasta italiano —siempre cercano al pueblo y a los barrios populares— recorrió estas calles y los jardines de Montjuïc. Podemos imaginar la riqueza de testimonios que recogió en aquella breve estancia.

El Poble-sec, barrio popular, hecho de artistas y de un gran ir y venir de gentes, colores e historias, fue visitado en aquellos años también por un gran exponente de la cultura, Pier Paolo Pasolini, que —hombre de letras, teatro y cine— seguramente recogió espléndidos testimonios de la memoria viva y directa de entonces.
El Poble-sec, barrio popular, hecho de artistas y de un gran ir y venir de gentes, colores e historias, fue visitado en aquellos años también por un gran exponente de la cultura, Pier Paolo Pasolini, que —hombre de letras, teatro y cine— seguramente recogió espléndidos testimonios de la memoria viva y directa de entonces.

Por todo ello, Margarit 30 no es solo un edificio. Es un testigo silencioso de amores prohibidos y noches deslumbrantes, de artesanos en su faena y de infancias criadas entre el olor de la madera y el eco lejano de las arias de opereta. Cada balcón, cada ventana, guarda todavía un fragmento de aquella vida.

En los pocos encuentros que tuve la suerte de compartir con él, Emili me decía —no con tristeza, sino con dignidad y lucidez— que la ciudad ya estaba siendo devorada por la destrucción de la memoria. No sabremos nunca si nuestro proyecto le habría gustado, pero nos gusta pensar que sí.

Este es nuestro pequeño espacio en el Carrer Margarit: una casa de memoria, devuelta a la vida, otra vez parte de la historia singular de este barrio.

Stefano Vuga, curador, mono30